El copropietario de una compraventa de automóviles sigue añorando a su ex mujer, de la que todavía está enamorado. Recibe con satisfacción la noticia de que su hijo quiere mudarse con él y ayudarle en la empresa, lo que no le gusta tanto es que el chaval haya decidido no ir a la Universidad y dedicarse de lleno al negocio familiar.
Nos encontramos en Los Ángeles. Un adolescente se introduce en un negocio de compraventa de coches con el objeto de hacerse con antiguo pero atractivo modelo. Descubierto los propietarios, deciden cargar en la tarjeta de crédito del intruso, avalada por su padre, la cantidad de 6.000 dólares a cambio del vehículo. Narrado principalmente a través de la comedia, Joel Surnow, co-creador de las series Nikita y 24, efectúa su primera incursión en la pantalla grande con una historia basada en acontecimientos biográficos.
Surnow abandona la acción, que tan buenos réditos le ha producido en la televisión por una comedia dramática de corte intimista, que se inicia con un gag que poco o nada tiene que ver con el desarrollo posterior. Al Klein –Christopher Molin-, es el copropietario de la empresa de compraventa pero sigue enamorado de su ex mujer, Bárbara –Bridget Moynahan-, quien ahora está unida sentimentalmente a Chick –Xander Berkely-. Comparte su negocio con Ash Martini -Dean Norris-, y se puede decir que ambos son un poco desastre aunque sobreviven con ciertas argucias propias de mercaderes experimentados. Ni siquiera se enteran de la hora exacta de la graduación del hijo de Freddy –Devos Bostick-, el hijo de Al, aunque se trate de uno de los acontecimientos más importantes de su existencia en los últimos años, dada la amistad que se profesan los dos aultos.
Tras el acto, Freddy le confiesa a su padre que quiere trasladarse a vivir con él e integrarse en el negocio. La primera parte es del agrado del empresario, pero no así la segunda, ya que siempre ha querido que su hijo culminase sus estudios superiores en la Universidad de Berkeley. Aunque Al pone sobre la mesa todos los argumentos posibles, Freddy se muestra como un joven testarudo, confiado además en que se le da muy bien atender y convencer a los clientes.
Lo que comienza con un atractivo innegable se va debilitando poco a poco cuando la sensiblería se impone a la normalidad de unos acontecimientos que se nos antojan forzados. Se quiere llegar al corazón del espectador y la trampa se nota en demasía a pesar de una interpretación coral ajustada, que no impactante. Probablemente, el somero carácter autobiográfico de la historia impulsó a Surnow hacia un camino en el que no se encuentra tan cómodo como cuando recurre a la acción o a la intriga.
Quiso contar un episodio con el que seguramente había contraído una deuda juvenil pero el guion hubiera merecido una revisión profunda. De ahí que la película se haga pequeña, aunque conserve los buenos momentos iniciales, que suponen su mayor activo. Lástima, porque los toques de humor funcionan. Algunos de ellos son originales y, en su mayoría, inteligentes. Es la parte autocompasiva, sobre todo cuando tiende a lo lacrimógeno, la que más desentona y la que echa por tierra las mejores intenciones.
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