Por primera vez, un argumento de James Bond continúa allí donde se quedó el anterior. Después de ser traicionado por Vesper, la mujer que amaba, 007 convierte en personal la misión de desmantelar una organización que está mucho más extendida de lo que pudiera creerse. Para ello, tendrá que ir por delante de la CIA, de los terroristas e, incluso, de sus propios jefes.
Confieso que nunca he tenido a James Bond en mi galería de personajes preferido, ni jamás he pensado en agregarlo como amigo a My Space. Por eso me ha costado mucho ver esta película y, lo que es peor, sin recibir ni siquiera el reintegro en una apuesta que, de inicio, consideraba ya ruinosa. La primera secuencia de Quantum of Solace es una clara definición de intenciones, tanto para lo bueno como para lo malo. Deja entrever que habrá una acción casi sin límites, pero también pone al descubierto las carencias que encontraremos a lo largo de la proyección. He visto decenas de persecuciones automovilísticas mucho mejores y muchísimo menos tramposas que la inicial. Probablemente, el peor arranque de las 22 películas de la saga. Pero además, ¿alguien se ha fijado que la costa del plano inicial aparece inclinada? ¡Dios!, el agua del Mediterráneo se escapa por la parte derecha de la pantalla…
Más de cien minutos de película en una acción frenética, con un James Bond que persigue es perseguido, pelea y sufre como en ninguna otra entrega de la saga. ¿Qué es esto: 007 o cualquier otro agente aficionado a las grescas? Creo que no queda nada del personaje original en Quantum of Solace. Después de treinta años de aventuras, este personaje debería ser reinventado a pesar de sus espectaculares números en taquilla, so pena de perderse en la vulgaridad más absoluta.
Durante muchos años, el cine norteamericano intentó combatir a James Bond con una serie de agentes secretos que apenas tuvieron continuidad. El primer fue Flint, con James Coburn, después se sucedieron más intentos, como Remo y sus espectaculares planos en la Estatua de la Libertad. Ninguno pudo robar un ápice de gloria al representante del Servicio Secreto Británico. Pero un día, cuando se daba todo por perdido, apareció Bourne, y entonces sí que se pusieron nerviosos los responsables de las adaptaciones cinematográficas del personaje creado por Ian Fleming. Ese es el problema. Pero James Bond no tiene que parecerse a nadie, sólo a James Bond.
Seann Connery patentó un personaje que, con la salvedad de George Lazemby, continuaron con mayor o menor acierto Roger Moore y, en menor medida, Pierce Brosnan, porque Timothy Dalton fue más una broma que un accidente. Ante todo, 007 es un gentleman. Si a Indiana Jones no se le cae el sombrero, Bond no se ensucia su esmoquin, prácticamente su uniforme habitual. Convive con los artículos más lujosos, es un sibarita y un conquistador. ¿Qué queda de todo eso en manos de Daniel Craig? El protagonista de Quantum of Solace parece un alumno discreto entre los anteriores, un estudiante de aprobados raspados que toma protagonismo porque los más adelantados están con fiebre. En este caso se han hecho mayores e intenta sacar más nota de la que merece.
En esta película todo es caótico y frenético, como si la acción fuese lo único importante. Un error de bulto. El cine ha dejado películas llenas de envidia, como Quiero ser como Beckham, y otras con referencia a John Malkovich, Bogart, etc. Después de Quantum of Solace no creo que nadie se atreva a decir: Quiero ser James Bond. No como Daniel Craig. Al menos, por lo visto hasta ahora. Y mucho menos con la dirección del alemán Marc Foster. ¿Cómo se metería el director de Monster’s Ball y de Cometas en el cielo en este embarque?