Una muchacha de provincias trabaja en la capital mexicana como colaboradora de una publicación económica. En su soledad, sólo se aplica en su existencia cuando, por la noche, se acicala para encontrar algún hombre que, de manera ocasional, le proporcione placer sexual. Así hasta que Arturo entra en su vida.
Premiada con la Cámara de Oro en Cannes, que destaca la mejor de entre las óperas primas pasadas en el certamen, Año bisiesto es, ante todo, una película para espectadores desinhibidos. Probablemente, el conjunto global de la crítica sea más exigente que el público con esta ópera prima mexicana que firma el australiano Michael Rowe. Rodada únicamente en un pequeño apartamento y con escasos tiros de cámara, la puesta en escena resulta prácticamente teatral, así como con la propuesta en que se basa este film, que cuenta con la interpretación de sus dos personajes centrales y el guión de Lucía Carreras y del propio realizador como los fundamentos principales para salir airoso.
Laura es una especie de Aída en lo físico, aunque más joven. Se ha trasladado de Oxaca hasta México D.F., pero no nos enteramos. En la populosa ciudad, ella vive en su pequeño mundo. Un apartamento con una cama, un sofá, una televisión, un baño con la puerta siempre abierta y una cocina para fregar los platos después de ingerir el contenido de algún bote o comida preparada en general. Habla por teléfono con algunas personas que pueden ilustrar los reportajes que prepara para una revista económica y con su familia, a la que miente acerca de su forma de vida, elucubrando suculentas viandas y la compañía de un amigo homosexual que únicamente parece existir en su imaginación.
Dos o tres noches a la semana se acicala y sale en busca de algún hombre que satisfaga sus apetencias tendentes a la ninfomanía. Son varones ocasionales, que se van en plena noche o al rayar el alba. Otros llaman a su esposa para decirles que una reunión retrasará su llegada al hogar. Laura no es agraciada, pero su cama parece concurrida. Entre estos amores ocasionales aparece Arturo. Poco sabemos de él. Quizá se trata de un aspirante a actor, o solamente esa fijación es un hobby. Sí que le gusta la relación sadomasoquista y Laura se deja querer. Cada vez, el dominio del extraño se hace más patente ante la complacencia de la protagonista. Cuando terminan, él se vuelve una persona absolutamente tierna, por la que Laura comienza a sentir algo especial.
Con escenas de sexo casi explícito, el guión se abre al espectador igual que la mujer alrededor de la cual gira la historia lo hace con el hombre de su vida. Ella tiene marcado en rojo el día 29 de febrero. Nos dice que recuerda el día que murió su papá pero, en realidad, esa iniciativa se corresponde con el resultado de un trauma infantil. Entonces, la película se da la mano con otras propuestas, como Buscando al señor Goodbar y, sobre todo, a El imperio de los sentidos, de Nagisha Oshima, cuyas directrices parece seguir sin rechistar.
Año bisiesto es una historia de gente más rara que extraordinaria que, a través de sus actos, se convierte en común. Puede suceder en cualquier capital del mundo. Sus personajes se mueven en un pequeño habitáculo, como en la obra de Sócrates en que el prisionero sabía de los hombres a través de una rejilla y que, andando el tiempo, Buero Vallejo recogió en El tragaluz. El apartamento de Laura es el mismo tragaluz por el que el espectador observa este drama con ribetes de tragedia que camina hacia un desenlace esperado.