Mediados de los años setenta. El cuarentón Reginald Perrin tiene un sólido, aunque mediocre, empleo como ejecutivo de ventas en una empresa textil, vive en una confortable casa en una zona residencial de las afueras de Londres y su matrimonio resulta aparentemente feliz. No obstante, algo falla en esa vida, tan ordenada y exenta de conflictos, como grisácea y carente de emociones. Entregado a continuas fantasías que le apartan momentáneamente del sopor (un poco a la manera de Walter Mitty), bastará con que un día haga un paréntesis reflexivo durante su rutinaria jornada y medite sobre su existencia para darse cuenta de hasta qué punto la falta de alicientes le ha convertido en un vegetal humano.
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